sábado, 23 de febrero de 2013

El zorro. G.Jalil Gibrán

El Zorro
Salió, un día, un zorro de su covacha a la salida del sol. Miró a su sombra y dijo: “Hoy almorzaré un camello.” Y se fue en busca de un camello hasta el mediodía, sin dar con su presa. Miró en aquel momento a su sombra y dijo para sí, asombrado: “Bueno, me bastará una rata.”
G.Jalil Gibrán

jueves, 21 de febrero de 2013

Ya ha llegado Matilda. Por Willmouse. Microrrelato de terror.

Ya ha llegado Matilda, por Willmouse
¡Ah, el timbre! ¡Ya ha llegado! ¡Es ella! ¡Matilda! ¡Qué guapa estás! Yo diría que ese vestido rojo te sienta maravillosamente. ¿Te has hecho algo en el pelo? Sí, estás guapísima, como siempre. Me gusta ese perfume nuevo. ¿No traes maleta? Bueno, no importa. Siéntate, siéntate… ¿Quieres un té? Ah, claro, con leche. Y dos terrones de azúcar, ya lo sé… Es maravilloso tenerte de nuevo en casa, Matilda. No sé qué haría sin ti. Esta semana que has estado fuera me he sentido perdido y triste, y apenas he comido nada. Créeme: cuando te llamo “mi vida”, no exagero ni una pizca. ¿Quieres darte un baño? Ah, buena idea. Ahora te llevo toallas limpias. Hay sales perfumadas en la estantería, Matilda. ¿Las ves? Aquí te dejo las toallas… No te quedes dormida en la bañera, que te conozco. Mientras, voy a preparar algo de cena… Oh, vaya, el teléfono. ¿Sí? Dígame. [...] Oh, debe de haberse equivocado, señor. Debe de tratarse de una lamentable confusión. Con toda seguridad no se trata de mi esposa, señor, porque en estos momentos está aquí en casa, dándose un baño… Es un error, señor. Buenas noches. Matilda, acaban de llamar del tanatorio… ¡Qué confusión tan desagradable…! Decían que estabas… ¿Puedo entrar, Matilda? Matilda. Matilda. ¿Estás ahí, Matilda…?

miércoles, 20 de febrero de 2013

HABLABA Y HABLABA - MAX AUB, microrrelato

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

 MAX AUB

martes, 19 de febrero de 2013

Abominable. Fredric Brown, un cuento de ciencia ficcion



Abominable
Sir Chauncey Atherton se despidió de los guías sherpas, que iban a acampar allí y dejarle continuar solo. Estaban en tierras del Abominable Hombre de las Nieves, varios centenares de kilómetros al norte del monte Everest, en el Himalaya. Los Abominables Hombres de las Nieves se habían dejado ver ocasionalmente en el Everest y en otras montañas tibetanas o nepalesas; pero el monte Oblimov, al pie del cual dejaba ahora a sus guías nativos, estaba tan lleno de ellos que ni siquiera los sherpas se atrevían a escalarlo; aunque le aseguraron que esperarían allí su regreso, en el caso de que regresara. Había que ser muy valiente para aventurarse más allá de aquel punto, Sir Chauncey era muy valiente.
Además, era un verdadero perito en cuestión de mujeres, razón por la que se encontraba allí y a punto de intentar, en solitario, no sólo una peligrosa ascensión sino también un rescate aún más peligroso. Si Lola Grabaldi aún vivía, se hallaba en poder de un Abominable Hombre de las Nieves.
Sir Chauncey nunca había visto a Lola Grabaldi en persona. En realidad, hacía menos de un mes que se había enterado de su existencia, al ver la única película cinematográfica que ella había protagonizado, y gracias a la cual se convirtió súbitamente en un personaje legendario, en la mujer más hermosa de la Tierra, en la estrella cinematográfica más encantadora que Italia había engendrado jamás; y sir Chauncey no lograba comprender que siquiera Italia lo hubiera hecho. En una sola película remplazó a la Bardot, la Lollobrigida y la Ekberg como la imagen de la perfección femenina en la mente de todos los peritos del mundo, y sir Chauncey era el mejor perito del mundo. En cuanto la vio en la pantalla, comprendió que debía verla en persona, o morir en el intento.
Pero, entonces, Lola Gabraldi ya había desaparecido. A fin de tomarse unas vacaciones después de su primera película, hizo un viaje a la India y se unió a un grupo de escaladores que pensaban conquistar el monte Oblimov. El resto del grupo había regresado, pero Lola no. Uno de ellos testificó haberla visto, a demasiada distancia para alcanzarla a tiempo, secuestrada, arrastrada a la fuerza por una
peluda criatura, más o menos humana, de casi tres metros de estatura. Un Abominable Hombre de las Nieves. El grupo la había buscado varios días antes de darse por vencidos y regresar a la civilización. Todo el mundo coincidía en afirmar que, ahora, ya no había ninguna posibilidad de encontrarla con vida.
Todo el mundo menos sir Chauncey, que inmediatamente había volado de Inglaterra a la India.
Nada pudo detenerle, y ahora ascendía hacia la región de las nieves eternas. Y, además del equipo de alpinismo, llevaba el pesado rifle con el que, sólo un año antes, había cazado tigres en Bengala. Si el arma podía matar tigres, razonaba, también podía matar Hombres de las Nieves.
La nieve se arremolinaba en torno suyo mientras avanzaba hacia la línea de nubes. De repente, a unos doce metros de él, que era hasta donde su vista alcanzaba, divisó una monstruosa figura que no era totalmente humana. Alzó el rifle y disparó. La figura cayó, y siguió cayendo; se hallaba al borde de un precipicio de varios miles de metros de altura.
Y, en el mismo momento del disparo, unos brazos se cerraron en torno a sir Chauncey. Unos brazos gruesos y peludos. Y después, mientras una mano le inmovilizaba fácilmente, la otra le arrebató el rifle y lo dobló en forma de L con la misma facilidad que si se tratara de un palillo, tirándolo después.
Se oyó una voz procedente de un punto situado a unos sesenta centímetros por encima de su cabeza.
- Estate quieto y no te pasará nada.
Sir Chauncey era un hombre valiente, pero una especie de gemido fue todo lo que pudo articular, pese a la aparente garantía de las palabras. La criatura situada a su espalada le mantenía tan fuertemente apretado contra sí, que no pudo alzar ni volver la mirada para ver que cara tenía.
- Te lo explicaré - dijo la voz a sus espaldas -. Nosotros, a los que llamáis Abominables Hombres de las Nieves, somos humanos, pero transmutados. Hace
muchos siglos formábamos una tribu, igual que los sherpas. Por casualidad descubrimos una droga que nos permitió cambiar físicamente y adaptarnos, gracias a un aumento de estatura, pilosidad y otros cambios fisiológicos, a un frío y una altitud extremos, así como trasladarnos a las montañas, a regiones donde otros no pueden sobrevivir, excepto los pocos días que dura una expedición de alpinismo. ¿Lo entiendes?
- S-s-sí - consiguió articular sir Chauncey. Comenzaba a entrever un rayo de esperanza. ¿Acaso la criatura iba a explicarle estas cosas, si pensara matarle?
- En este caso, continuaré. Nuestro número es reducido, y cada día lo es más. Por esta razón ocasionalmente capturamos, tal como te hemos capturado a ti, a un alpinista. Le damos la droga transmutadora, sufre los cambios fisiológicos y se convierte en uno de nosotros. De este modo mantenemos nuestro número relativamente constante.
- P-pero - balbució sir Chauncey - ¿acaso es eso lo que le ha sucedido a la mujer que estoy buscando, Lola Grabaldi? ¿Acaso es ahora... peluda, de casi tres metros de estatura, y...?
- Lo era. Acabas de matarla. Un miembro de nuestra tribu la había tomado como compañera. No nos vengaremos de ti por haberla matado; pero ahora debes ocupar su lugar.
- ¿Ocupar su lugar? Pero... yo soy un hombre.
- Me alegro de que lo seas - dijo la voz a sus espaldas. Se vio obligado a girar bruscamente, y se encontró frente a un enorme cuerpo peludo, con la cara al mismo nivel de dos montañosos senos peludos -. Me alegro de que lo seas... porque yo soy una Abominable Mujer de la Nieves.
Sir Chauncey se desmayó, siendo inmediatamente recogido y alzado en brazos, con la misma facilidad que si de un osito de juguete se tratara, por su nueva compañera.

FIN

 Fredric Brown

domingo, 17 de febrero de 2013

El rito de la vida. Juan Patricio Lobera. Sexto continente.

El rito de la vida

Todo comenzó con una caricia. Muchas veces ese es el final. Sin embargo, a partir del momento en que Rogelio sintió el contacto templado de Estela circular por su cara; desde ese mismo momento, supo que su vida cambiaría para siempre. Se había acabado la rutina perpetua. Quizá la nueva vida no duraría más de unos segundos, pero en su interior supo que ese tiempo junto a ella justificaría toda su existencia. Había sido elegido entre una larga lista de pretendientes para consumar el sacro acto de la vida. No fue fácil. Tuve que luchar contra varios machos, pero desde que sentí cómo la mirada de Estela se clavaba en mis ojos, supe que ella no quería a otro como compañero. Ella era la reina de la fiesta y los demás teníamos el deber de obedecerla y batirnos por ella. La verdad es que tuve suerte en el reparto de los contendientes y aquellos que se sintieron con derechos naturales, por ser más fuertes a simple vista y gallardos, recibieron un desaliento tal por parte de ella que aun se escuecen de la herida. Ahora ha llegado el momento de la verdad. La rodeo sin perderla de vista tal y como mi instinto me dice. Al menor descuido salto sobre su espalda para unir nuestras extremidades y finalmente fusiono nuestros genitales. Todos creen que esta última tarea es fácil, pero pocos saben que la procreación no será si no logro aguantar un par de horas en esta posición, mientras que Estela se siente ultrajada  e intenta a cualquier precio despegarme de su ser. Es cómo bailar a ciegas en una hoja. A pesar de la oposición cómplice de mi amiga consigo mantenerme hasta que siento gozoso cómo se derraman en su interior los espermatóforos. Ahora que he asegurado la siguiente generación de mantis religiosas, puedo morir tránquilo. Si Estela me come no le guardaré ningún rencor.
Juan Patricio Lombera

viernes, 15 de febrero de 2013

Un cuento romántico de Gabo para El día de San Valentín

Ladrón de sábado
Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en una casa un sábado por la noche. Ana, la dueña, una treintañera guapa e insomne empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada con la pistola, la mujer le entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a Pauli, su niña de tres años. Sin embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos trucos de magia. Hugo piensa: «¿Por qué irse tan pronto, si se está tan bien aquí?» Podría quedarse todo el fin de semana y gozar plenamente la situación, pues el marido -lo sabe porque los ha espiado-no regresa de su viaje de negocios hasta el domingo en la noche. El ladrón no lo piensa mucho: se pone los pantalones del señor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que saque el vino de la cava y que ponga algo de música para cenar, porque sin música no puede vivir. A Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le ocurre algo para sacar al tipo de su casa. Pero no puede hacer gran cosa porque Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muy alejada, es de noche y nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa de Hugo. Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco, descubre que Ana es la conductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas las noches, sin falta. Hugo es su gran admirador y. mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo fue en un casete, hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se comporta tranquilamente y no tiene intenciones de lastimarla ni violentarla, pero ya es tarde porque el somnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe toda muy contento. Sin embargo, ha habido una equivocación, y quien ha tomado la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida en un dos por tres. A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y muy bien tapada con una cobija, en su recámara. En el jardín, Hugo y Pauli juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana se sorprende de lo bien que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin de cuentas, es bastante atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad. En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo se pone nervioso pero Ana inventa que la niña está enferma y la despide de inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa a disfrutar del domingo. Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior, mientras silba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta pero que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailan hasta ya entrada la tarde. Pauli los observa, aplaude y, finalmente se queda dormida. Rendidos, terminan tirados en un sillón de la sala. Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora de que el marido regrese. Aunque Ana se resiste, Hugo le devuelve casi todo lo que había robado, le da algunos consejos para que no se metan en su casa los ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza. Ana lo mira alejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa le dice, mirándole muy fijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va a volver a salir de viaje. El ladrón de sábado se va feliz, bailando por las calles del barrio, mientras anochece.. GABRIEL GARCÍA MARQUÉZ

lunes, 11 de febrero de 2013

Drama del desencantado

Drama del desencantado  ...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida. (Gabriel García Márquez).

El hombre invisible. Microrrelato

El hombre invisible Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

(Gabriel Jiménez Emán).
El hombre invisible

jueves, 7 de febrero de 2013

DER TRAUM EIN LEBEN

DER TRAUM EIN LEBEN
El diálogo ocurrió en Adrogué. Mi sobrino
Miguel, que tendría cinco o seis años, estaba
sentado en el suelo, jugando con la gata.
Como todas las mañanas, le pregunté:
—¿Qué soñaste anoche?
Me contestó:
—Soñé que me había perdido en un bosque y
que al fin encontré una casita de madera. Se
abrió la puerta y saliste vos. —Con súbita
curiosidad me preguntó: —Decime, ¿qué
estabas haciendo en esa casita?

Francisco Acevedo, Memorias de un
bibliotecario (Burzaco, 1955)

Decálogo del perfecto cuentista Horacio Quiroga


Decálogo del perfecto cuentista
Horacio Quiroga
I
Cree en un maestro -Poe, Maupassant,
Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
II
Cree que su arte es una cima inaccesible.
No sueñes en domarla. Cuando puedas
hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú
mismo.
III
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero
imita si el influjo es demasiado fuerte.
Más que ninguna otra cosa, el desarrollo
de la personalidad es una larga paciencia
IV
Ten fe ciega no en tu capacidad para el
triunfo, sino en el ardor con que lo
deseas. Ama a tu arte como a tu novia,
dándole todo tu corazón.
V
No empieces a escribir sin saber desde la
primera palabra adónde vas. En un
cuento bien logrado, las tres primeras
líneas tienen casi la importancia de las
tres últimas.
VI
Si quieres expresar con exactitud esta
circunstancia: "Desde el río soplaba el
viento frío", no hay en lengua humana
más palabras que las apuntadas para
expresarla. Una vez dueño de tus
palabras, no te preocupes de observar si
son entre sí consonantes o asonantes.
VII
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán
cuantas colas de color adhieras a un
sustantivo débil. Si hallas el que es
preciso, él solo tendrá un color
incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII
Toma a tus personajes de la mano y
llévalos firmemente hasta el final, sin ver
otra cosa que el camino que les trazaste.
No te distraigas viendo tú lo que ellos no
pueden o no les importa ver. No abuses
del lector. Un cuento es una novela
depurada de ripios. Ten esto por una
verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX
No escribas bajo el imperio de la emoción.
Déjala morir, y evócala luego. Si eres
capaz entonces de revivirla tal cual fue,
has llegado en arte a la mitad del camino
X
No pienses en tus amigos al escribir, ni en
la impresión que hará tu historia. Cuenta
como si tu relato no tuviera interés más
que para el pequeño ambiente de tus
personajes, de los que pudiste haber sido
uno. No de otro modo se obtiene la vida
del cuento.
FIN