-¡Miénteme otra vez Pinocho, miéntemelo todo!
Y abriendo de nuevo sus piernas, la muñeca de porcelana deslizó entre el barniz brillante de sus ingles mi cabeza. Yo inventaba potentes mentiras, aspirando el aroma del barro que se derretía por sus muslos. El feroz perfume a arcilla horneada penetraba en mis fosas nasales, provocando ligeros estornudos que la hacían estremecerse de placer. Ella empujaba mi cráneo de ébano con fuerza, envolviendo mi nariz en el profundo lodazal de sus encantos…
Sentí vibrar la mesita de noche y fui consciente de que en ese instante eran requeridas mis mayores falsedades y calumnias. Pero tentado por experimentar nuevas sensaciones, me fue entonces inevitable decirle la verdad.
-Te quiero. Perdón, te odio. Pero… te amo, aunque…
Así, entre mentiras piadosas, que de inmediato rectificaba por medias verdades, sus orgásmicas convulsiones fueron acercándonos al borde, para precipitarnos al fin sobre una mullida colcha, donde nos aguardaban decenas de muñecas impacientes y hermosos peluches de terciopelo.
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Finalista del II Certamen de microrrelatos erótico-románticos Argerust
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