miércoles, 25 de diciembre de 2013

No estas deprimido, estás distraido

-NO ESTAS DEPRIMIDO ESTÁS DISTRAIDO-
(Texto integro)

Distraído de la vida que te puebla. Tienes
corazón, cerebro, alma y espíritu, entonces
cómo puedes sentirte pobre y desdichado.
Distraído de la vida que te rodea, delfines,
bosques, mares, montañas, ríos…
No caigas en lo que cayó tu hermano, que sufre
por un ser humano, cuando en el mundo hay
5.600 millones.
Además nos es tan malo vivir solo, yo la paso
bien decidiendo a cada instante lo que quiero
hacer y gracias a la soledad, me conozco, algo
fundamental para vivir.
No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente
viejo porque tiene 70 años, olvidando que
Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein,
interpretaba como nadie a Chopin a los 90, por
sólo citar dos casos conocidos. 

NO ESTAS DEPRIMIDO ESTAS DISTRAIDO.
Por eso crees que perdiste algo, lo que es imposible porque todo te fue dado, no hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo tanto no puedes ser dueño de nada.
Además la vida no te quita cosas, te libera de cosas, te aliviana para que vueles más alto, para que alcances la plenitud.
De la cuna a la tumba, es una escuela, por eso lo que llamas problemas son lecciones y la vida es dinámica, por eso está en constante movimiento.
Por eso sólo debes estar atento al presente, por eso mi madre decía: “Yo me encargo del presente, el futuro es asunto de Dios”.
Por eso Jesús decía: “el mañana no interesa, él traerá nueva experiencia, a cada día le basta con su propio afán”.

No perdiste a nadie, el que murió simplemente se nos adelantó, porque para allá vamos todos. Además lo mejor de él, el AMOR, sigue en tu corazón.
Quien podría decir que Jesús está muerto. No hay muerte, hay mudanza, y del otro lado te espera gente maravillosa. Gandhi, Miguel Angel, Whitman, San Agustín, la Madre Teresa, tu abuela y madre, que creía que en la pobreza está más cerca del AMOR, porque el dinero nos distrae con demasiadas cosas y nos aleja porque nos hace desconfiados.

No encuentras la felicidad y… ¡ es tan fácil!. Sólo debes escuchar a tu corazón, antes de que intervenga tu cabeza, que está condicionada por la memoria, que complica todo con cosas viejas, con órdenes del pasado, con  prejuicios que enferman y encadenan. La cabeza que divide, es decir, empobrece. La cabeza no acepta que la vida es como es, no como debería ser.

Haz sólo lo que amas y serás feliz. El que hace lo que ama, está bendito y condena al éxito, que deberá llegar cuando deba porque lo que debe ser será, y llegará naturalmente.
No hagas nada por obligación, ni por compromiso, sino por AMOR. Entonces, habrá plenitud, y en esa plenitud todo es posible, sin esfuerzos, porque te mueve la fuerza natural de la vida. La que me levantó, cuando se cayó el avión con mi mujer y mi hija. La que me mantuvo vivo, cuando los médicos me diagnosticaban, 3 ó 4 meses de vida.

Dios te puso un ser humano a cargo y ese eres tú. A ti debes hacerte libre y feliz. Después podrás compartir la vida verdadera con los demás. Recuerda a Jesús: “amarás al prójimo como a ti mismo”. Reconcíliate contigo, ponte frente al espejo y piensa que esa criatura que estas viendo es obra de Dios y decide ahora mismo ser feliz porque la felicidad es una adquisición, no algo que te llegará de afuera. Además, la felicidad, no es un derecho sino un deber, porque si no eres feliz estas amargando a todo el barrio.

Un sólo hombre que no tuvo ni talento ni valor para vivir, mandó a matar seis millones de hermanos judíos. Hay tantas cosas para gozar y nuestro paso en la tierra es tan corto, que sufrir es una pérdida de tiempo.
Tenemos para gozar la nieve del invierno y la
flor de la primavera, el chocolate de la Peruggia,
la baguette francesa, los tacos mexicanos, el
vino chileno, los mares y los ríos, el fútbol de los
brasileros y los cigarros de Davidoff, las mil y
una noches, La Divina Comedia, El Quijote,
Pedro Páramo, los boleros de Manzanero, la
poesía de Whitman… Mahler, Brahms, Ravel,
Debussy, Mozart, Chopin, Beethoven,
Caravaggio, Rembrandt, Velásquez, Cézanne,
Picasso y Tamayo… entre tantas maravillas.

Si tienes cáncer o SIDA, pueden pasar dos cosas, las dos son buenas. Si te gana, !te liberas del cuerpo que es tan molesto!. “Tengo hambre, tengo frío, tengo sueño, tengo ganas, tengo razón, tengo dudas”. Si le ganas a esto; serás más humilde, más agradecido, por lo tanto fácilmente feliz, libre del tremendo peso de la culpa, la responsabilidad y la vanidad, dispuesto a vivir cada instante profundamente, como debe ser.

NO ESTAS DEPRIMIDO, ESTAS DESOCUPADO.

Ayuda al niño que te necesita, ese niño será socio de tu hijo. Ayuda a los viejos y los jóvenes te ayudarán cuando lo seas. Además el servicio es una felicidad segura, así como gozar de la naturaleza y cuidarla para el que vendrá.

Da sin medida y te darán sin medida. Ama hasta convertirte en lo amado, y más aún, hasta convertirte en el mismísimo AMOR. Que no te confundan unos pocos homicidas y suicidas.
El bien es mayoría, pero no se nota porque es silencioso . Una bomba, hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye, hay millones de caricias que alimentan a la vida.
El bien se alimenta de sí mismo. El mal, se destruye asimismo. Si los malos supieran que buen negocio es ser bueno, serían buenos aunque sea por negocio…

NO ESTÁS DEPRIMIDO, ESTÁS DISTRAÍDO.

Facundo Cabral (cantautor argentino)

martes, 17 de diciembre de 2013

Cruces. George Saunders

Cruces

George Saunders

Todos los años, después de la cena de Acción de Gracias, mi padre sacaba el disfraz de Santa Claus y lo arrastraba hasta una suerte de cruz metálica que había levantado en el jardín. Nosotros formábamos una piña detrás de él y le seguíamos hasta que colocaba allí el disfraz. Durante la semana previa a la Super Bowl, la cruz lucía un jersey y el casco de Rod, y si este quería coger el casco, primero tenía que pedirle permiso a mi padre. El cuatro de julio, la cruz se convertía en el Tío Sam; el Día de los Veteranos, era un soldado; y en Halloween, un fantasma. Aquella cruz era la única concesión de mi padre a las fiestas. Por lo demás, no nos permitía sacar de la caja más de un lápiz de cera a la vez; una Nochebuena le gritó a Kimmie por desperdiciar un trozo de manzana; cada vez que nos poníamos kétchup, lo teníamos a él encima diciendo «Vale, vale, ya basta»; y en las fiestas de cumpleaños había magdalenas en lugar de helado. La primera vez que llevé allí a una cita, la chica me preguntó: «¿Qué es lo que pasa con tu padre y ese poste?», y lo único que pude hacer fue quedarme sentado pestañeando tontamente.

Con el tiempo, Kimmie, Rod y yo nos marchamos, nos casamos, tuvimos hijos y vimos florecer también en nosotros una semilla de mezquindad. Mientras tanto, mi padre empezó a vestir la cruz de forma cada vez más compleja y siguiendo una lógica apenas perceptible. El Día de la Marmota le puso una especie de abrigo de piel y colocó un foco para asegurar la sombra. Después de un terremoto que sacudió Chile, la tumbó y pintó una grieta en el suelo con un aerosol. Cuando mi madre murió, disfrazó a la cruz de Muerte y colgó del travesaño fotos de ella cuando era un bebé. Siempre que pasábamos por allí, encontrábamos amuletos extraños de su juventud dispuestos en torno a la base del poste: medallas del ejército, entradas de teatro, sudaderas viejas o tubos de maquillaje de mi madre.

Un otoño pintó la cruz de amarillo, la cubrió de algodón para proporcionarle abrigo ese invierno y le aseguró descendencia cruzando seis palos de madera y clavándolos a martillazos en diversos puntos del jardín. Tendió cuerdas entre la cruz grande y las tres pequeñas y pegó en ellas, utilizando cinta adhesiva, fichas de archivo en las que pedía disculpas, admitía errores y rogaba comprensión, todo con una caligrafía frenética. Colgó de la cruz metálica un rótulo en el que había escrito AMOR, hizo otro en el que escribió ¿ME PERDONAS? y murió en el vestíbulo con la radio encendida. Poco después le vendimos la casa a una pareja joven que arrancó todo aquello y lo dejó en la calle el día de recogida de basura.

(Traducido por Daniel Weller)

El fenómeno George Saunder


El fenómeno George Saunders
Los nuevos relatos del cuentista estadounidense, orgulloso aprendiz de
Raymond Carver, llegan a las librerías españolas tras un colosal éxito
de crítica y público en su país

Andrea Aguilar Nueva York 17 DIC 2013
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/12/16/actualidad/1387224352_195274.html

Cabría pensar que la nominación a los National Book Awards de 2013 ha
marcado un punto de inflexión en la carrera del cuentista George
Saunders (Amarillo, 1958), pero lo cierto es que a estas alturas su
última colección, 10 de diciembre (Alfabia), le ha llevado a los
primeros puestos de las listas de venta, ha sido saludada por The New
York Times como “el mejor libro que puedes leer este año” y ha
convertido su nombre en uno de los más populares del panorama
literario de EE UU. La víspera de la entrega de los premios, Saunders
ni había preparado un discurso. “Sería casi dar por hecho que voy a
ganar”, decía despreocupado, mientras caminaba por la Quinta Avenida.
Su mujer, Paula, tenía cita en la peluquería, habían comprado un
vestido negro para la fiesta. Espontáneo, sacaba el móvil para mostrar
una imagen, y contaba que siempre que dejan su casa en el campo por la
ciudad se sienten abrumados el primer día. En los Catskills han
construido un hogar donde poder concentrarse en “crear”.

Quizá el germen del fenómeno Saunders fue la beca MacArthur, la
llamada beca de los genios, que recibió en 2006. “No nos cambió tanto
la vida, pero fue estupendo poder pagar una buena universidad a mis
dos hijas, en eso lo invertimos”, explica, antes de añadir que el
efecto fue sobre todo psicológico. Este licenciado en ingeniería de
minas y profesor de escritura en la Universidad de Siracusa al fin
sintió que “un opresivo techo se levantaba” y que la beca decía que
tenía algo bueno que ofrecer.

Años antes, cuando estudiaba ingeniería en Texas, un cuento de Raymond
Carver le marcó profundamente y es esa América que retrató el padre
del realismo sucio la que se halla en los relatos de Saunders: en la
depauperada familia que vende un cachorro y tiene a su hijo atado a
una cadena en el jardín; en el preso que cumple condena como conejillo
de indias de una farmacéutica; o en el enfermo de cáncer que se va a
un bosque para acabar con su vida. El propio autor se acercó a ese
otro lado cuando luchaba por salir adelante como escritor tras dejar
atrás su carrera de ingeniero con una petrolera en Sumatra y fue
admitido en el curso de escritura creativa de Siracusa, el mismo donde
imparte clases y donde las recibió de Tobias Wolff.

Cuenta Saunders que su punto de partida era conservador, votó a Reagan
y leía Ayn Rand, pero su trabajo fuera de EE UU le presentó otra
perspectiva de la explotación, algo que coincidió con la quiebra del
negocio de su padre. “Mi trabajo como ingeniero provocó el despertar
de una conciencia social”, explica. Y le inculcó un inaudito tesón
para trabajar en sus historias, algunas de las cuales le han llevado
hasta 14 años. Saunders busca una lógica interna y trabaja con
innumerables variaciones a partir de las voces con las que arranca.
“Nunca sé adónde van mis historias, es algo a lo que llego a través de
muchas revisiones, en las que trato de leer desde fuera”, dice. “A los
55 años aún no sé cómo acabar una historia, es algo que llega tras
mucho trabajo en busca de ese momento que no deja escaparse al
lector”.

En el universo de Saunders hay distopía, ningún miedo al lado oscuro,
y humor. Dice que en 10 de diciembre se acerca a los precipicios pero
los protagonistas no caen siempre, quizá porque, como apunta, los años
le han alejado de la tragedia y le han acercado a algunas verdades
optimistas, a la vez que el público en Estados Unidos parece sentirse
más cómodo ante su sátira salvaje. “Quizá la mayor diferencia frente
al tiempo del que hablaba Carver es que hoy la cultura es materialista
sin remordimiento y la gente que lo pasa mal está más sola. La clase
media de Updike hoy sería media-alta. El poder de las grandes
corporaciones tiene que ver”, apunta. “Son tan seductoras que se ha
perdido el sentimiento crítico hacia ellas. También hay una negación
de otros valores quizá más espirituales, la gente no parece estar en
contacto con otros más desfavorecidos que ellos. Queremos estar
cómodos, sanos y ser ricos, pero hay cierta opresión también en esto”.
Son las contradicciones, la seducción ante la que todos caemos
rendidos y el mal escondido lo que interesa a este escritor: “Creo que
uno debe sentirse de dos o tres formas distintas a la vez sobre una
misma cosa”.

A mis 55 años todavía no sé cómo acabar una historia", afirma el escritor
Saunders habla de un amor-odio con la cultura pop estadounidense, esa
que disecciona en sus cuentos, replicando las voces de adolescentes,
soldados veteranos o mánagers. “Creo que uno tiene una caja en su
interior donde van a parar las voces refinadas o populares y empiezas
a imitar, pero acaba por generar algo nuevo”, explica. Las voces de su
infancia reunían la cadencia sureña de la familia de su madre y el
ritmo político del Chicago de los sesenta, la ciudad de la familia de
su padre donde creció. En las reuniones familiares ser un buen
narrador o saber contar un chiste era algo que puntuaba. Saunders, sin
duda, aprendió la lección.

domingo, 18 de agosto de 2013

El poder del perro


"Adán escucha el aullido del hombre. Y la suave voz que pacientemente le hace la misma pregunta una y otra vez. ¿Quién es Chupar? ¿Quién es Chupar? ¿Quién es Chupar? Ernie les dice una vez más que no lo sabe. Su interrogador no le cree y empuja de nuevo el picahielo, restregándolo contra la tibia de Ernie." Destrozado, Ernie les da todos los nombres que se le ocurren, en vano. El agente de la DEA fue secuestrado días atrás por tres policías que, luego de dejarlo inconsciente, lo trajeron en presencia de Adán, Raúl y el Güero, los lugartenientes del Tío Barrera. El Doctor Álvarez le inyecta una jeringa con lidocaína, que lo despierta y le permite sentir el dolor. La tortura se prolonga durante horas. "Ernie Hidalgo existe ahora en un mundo bipolar. Hay dolor, y hay la ausencia del dolor, y es todo lo que hay." Harto de sus gritos, Raúl al fin tiene misericordia y ordena al doctor terminar con su sufrimiento. Obediente, Álvarez le inyecta una fuerte dosis de heroína y Ernie poco a poco se desprende del dolor, y de la vida. 

            Este escalofriante escena proviene de la novela El poder del perro (2005) de Don Winslow

martes, 13 de agosto de 2013

Chapoteando en las cloacas

La mayor parte de nosotros vive chapoteando en las cloacas, solo que algunos lo hacemos mirando a las estrellas.

Oscar Wilde

domingo, 11 de agosto de 2013

Todos

TODOS

Todos nacimos medio muertos en 1932 sobrevivimos pero medio vivos cada uno con una cuenta de treinta mil muertos enteros que se puso a engordar sus intereses sus réditos y que hoy alcanza para untar de muerte a los que siguen naciendo
medio muertos
medio vivos.
Todos nacimos medio muertos en 1932.
Ser salvadoreño es ser medio muerto eso que se mueve es la mitad de la vida que nos dejaron.
Y como todos somos medio muertos los asesinos presumen no solamente de estar totalmente vivos sino también de ser inmortales.
Pero ellos también están medio muertos y sólo vivos a medias. Unámonos medio muertos que somos la patria para hijos suyos podernos llamar en nombre de los asesinados unámonos contra los asesinos de todos
contra los asesinos de los muertos y los mediomuertos. Todos juntos tenemos más muerte que ellos pero todos juntos tenemos más vida que ellos.
La todopoderosa unión de nuestras medias vidas de las medias vidas de todos los que nacimos medio muertos en 1932

La certeza. Roque Dalton

La certeza - Roque Dalton
Después de cuatro horas de tortura, el apache y los otros dos cuilios le echaron un balde de agua al reo para despertarlo y le dijeron: "manda a decir el coronel que te va a dar un chance de salvar tu vida. Si adivinas quién de nosotros tiene un ojo de vidrio, te dejaremos de torturar". Después de pasear su mirada sobre los rostros de sus verdugos el reo señaló a uno de ellos: "el suyo, su ojo derecho es de vidrio." Y los cuilios asombrados dijeron: "¡Te salvaste! Pero ¿cómo has podido adivinarlo? todos antes fallaron, porque el ojo es americano, es decir, perfecto" "Muy sencillo -dijo el reo- sintiendo que le venía otra vez el desmayo- fue el único ojo que no me miro con odio"
Desde luego, lo siguieron torturando.

viernes, 2 de agosto de 2013

Titanes del tiempo


Se acercaba el tiempo de las luciérnagas en el aire, esas pequeñas
luces que con las primeras lluvias dan la idea de ser chispas de fuego
al extinguirse el incendio que quemaba la tierra en el verano.

La noche que no era noche delineaba figuras chinescas por el camino de
tierra, de piedra, de polvo, de lodo. En el lento vaivén del alarido
de un viento quejumbroso flotaba la frescura de un cielo estrellado,
sin nubes, sin sombras. Cuando pasaba por el camino de pedregales el
sonido se hizo grande, que cubría todo, que lo envolvía todo y el
firmamento se movía como si viajara en barco. De pronto se sintió caer
en un profundo abismo, sintió volar hacia atrás, de espaldas por un
segundo sin fin.

El ladrido de un perro negro que dormía en el camino lo vino a
despertar, era como alma de diablo que mostraba sus dientes blancos
mientras pasaban Lila, una vieja mula acanelada, y él montado sobre
ella casi dormido en el sueño del amanecer eterno.

¡Guau!, ¡guau!, ¡guau!, ¡guau!, guauuuu… ladraba el perro en tanto
corría y regresaba como queriendo jugar a espaldas de la bestia, Lila
seguía con su andar tranquilo como si también durmiera de tanto
caminar. Don Encarnación se tocó la cintura para revisar si seguía ahí
el machete que colocó con mucho cuidado al salir de su casa. Y tubo
que sostenerse también el sombrero ancho para no caerse porque la mula
despertó asustada, ya que se sintió caer de espaldas frente a la
fuerza del ladrido de un lebrel pinto que se oponía a su camino.

-¡ShÍÍtT!, ¡chucho! –dijo, para apartar al animal del pasaje-.
Silencio. Atrás quedó la granja de los frailes y sus fieros guardianes
caninos.

-¡Mercado central!, ¡mercado central!, ¡vamos madre!, ¡llega, llega!
Con las primeras luces sonaban las bocinas como reses para el
matadero, docenas de canastos y sacos con plumas, frutos, verduras y
hortalizas eran cargados al camión donde viajaría Ña Candelaria. Bajo
la luz de las estrellas y luceros pálidos florecía un verdadero
mercado terrestre, casi acuoso por el vapor de las tazas de café que
servían unas mujeres prietas a los camioneros rechonchos y
malhumorados. Cestos con gallinas, patos, pavos; limón, toronja,
chile, tomate, cebolla; calabazas, porotos y maíz.

En la alforja fósforos, ocote, pixtones, sal, chile, agua. La
oscuridad palidecía como hombre que se asusta y que dormido enflaquece
y despierto muere. La aurora aparecía tímida y ligera detrás de cerros
con dioses seculares. El canto del cenzontle lloraba agua, y el hombre
con su mula llegaba al monte, para trabajar la tierra sagrada y
benévola, que generosa da a su tiempo la espiga que es la madre del
pan, y el maíz, padre del hombre americano. El sol pintaba el
horizonte con sus rayos de luz, mula y hombre eran como sombras en ese
paisaje de oro. Los brazos y piernas reumáticos de tanto labrar la
tierra comenzaron su larga faena. Olía a tierra seca.

Doña Candelaria, mujer vieja y paciente como su esposo, llevó a vender
miltomates verdes, gallinas amarillas y conejos blancos a la plaza de
la ciudad.

-¡Hoy no hay venta!, ¡aquí nadie vende más! –gritaron unos gendarmes.
Y hubo que correr para salvar la vida, y dejar la venta para no ir al
calabozo, y llorar para destruir el badajo de plomo en la garganta.
Los miserables no tienen derecho a ganarse la vida honradamente porque
causan desorden y afean las horribles ciudades. Y causan enojos a los
grandes estadistas idiotas, burgueses que creen ver todo y no ven
nada.

Los primeros aguaceros agujerearon las viejas láminas de cinc. Don
Encarnación regresó a casa y se quitó las botas de hule, ahora llenas
de agua limpia y llovida. Entró a la cocina y vio a su esposa con las
pupilas llenas de granizos calientes, tan calientes como lágrimas.
Doña Candelaria narró con la voz quebrada cómo perdió todo y quedó
ella sola, sin dinero, sin gallinas, ni conejos, ni nada. Los toscos
brazos envolvieron a su esposa, los dos viejos lloraban. Menos mal que
a ella no le había pasado nada. El agua sonaba como piedras en la
lámina roja de tan oxidada, pero eran piedras tan duras como
diamantes, gotas de esperanza. Un colibrí hecho con cabellos de luna
volaba entre las gotas de lluvia y de sus alas se desprendían
fracciones de tiempo color del arco iris en el crisol de la tierra
seca y sedienta. Los trabajadores con su trabajo honrado y noble son
los verdaderos héroes de la historia, de la patria, de esta tierra
milagrosa y legendaria.




Aroldo Moises Pescado Tomás

Guatemala, Centro América.

jueves, 1 de agosto de 2013

Te traje la mañana


Te traje la mañana
Marcela VEGA

Ayer ví las estatuas de los próceres, héroes de piel intacta y rictus
serio, siempre enderezados, con amplias espaldas, brazos firmes y
mirada trashumante. Yo no soy un héroe, mi espalda se encorva, me
cuesta tanto trabajo levantarme, quedarme estático y valiente. Yo no
soy un héroe, ¿conoces acaso algún héroe que abra los ojos incrédulo,
cada día, con menos certezas sobre la mesa de noche? ¿Conoces acaso
algún héroe que abra los ojos? Los héroes no tienen que abocarse al
espanto de abrir los ojos cada mañana, los tienen siempre abiertos y
sin pupilas, de manera que si ven, ven tanto que ya ni ven.

Pero yo, que no soy héroe, tardíamente abro los ojos encendidos de
emociones tan variables, abro los ojos por ese deber biológico de ver
las cosas.

Es común que en esa primera irrupción de luz, me resulte poco claro si
estoy sólo o no, hasta el momento en que mi mirada es atravesada por
la respiración de la más fiel de mis amigas, la testigo de mi
envejecimiento, tal vez, la única certeza cierta, pues no se aloja
disparatadamente en una mesita de noche sino en mi cama desde hace más
de cuarenta años. Ella coloca una mano rugosa y gruesa, afable y
amplia sobre mi huesudo hombro, prometiendo con su gesto sostener
algunos años que siento, ya no me quedan.

Dicen los autores épicos, que cuando una persona se entrega a una
causa, casi enceguecido o enceguecida por el ardor de humanidad,
camina por su senda heroicamente, salvando al mundo, denunciando
injusticias, ayudando al débil. Nunca vuelven a cerrar los ojos de
manera que aunque vean, de tanto ver, ya no ven. Yo no soy un héroe,
ni mi vocación me ha enceguecido. Enceguecerce sería una suerte. No
hay mañana en que no sienta ardor en los ojos, por la obligación de
ver. Hoy en particular me arden como quemaduras, los negativos de una
pesadilla impresa en mi retina, la misma de la eterna diáspora a la
que nos arrojó esta opción de vida, ahora pues, sumamente gravosa.

Ayer ví las estatuas de los héroes tan iguales unas a las otras, que
parecían factura del mismo fanático adulador. Me quedé esperando un
parpadeo, una gota de sudor, una mueca de agotamiento debido a la
eterna enderezada posición de la columna. Las estatuas están al pie de
la estación de policía, augustas y despreocupadas del nomadismo, que
sí tenemos que vivir ella y yo, ella, mi mano rugosa y tibia. En esa
visita a la estación, ella, la mano que revitaliza mi hombro en las
mañanas, contenía mi ira e inteligente interrogaba al arrogante señor
emulador de héroes, acerca del paradero de Luisa, Ernestito y Brian… y
Juan José, Ricaurte, Los Gemelos, Richard, María Helena, Santiago,
Pitufo, el negro, Silvana, Antonio, Luis Antonio, Robinson, J, Fermín,
Sandra Milena, Oscar mi pequeño y fiel amigo, Oscar Agudelo y Oscar
Fernández y las niñas de Concepción, ¡ah! Y Manuel, ese magnífico
joven de cabello negro y ojos gigantes que miraba el futuro con
enmarañado acento. Una lista con piernas, torsos, ojos de pánico,
entraban y salían de los camiones una y otra vez recogidos, recogidas,
apaleados, apaleadas, insultados, insultadas, puestos y puestas en
falaces libertades, asesinados, asesinadas, recogidos, recogidas,
apaleados, apaleadas…

No se trata de los acontecimientos que enmarcan un golpe de estado, el
advenimiento de una dictadura, un momento coyuntural. Había sido
nuestra rutina, la de ella, mi mano-memoria y la mía durante más de
tres decenas, buscar jóvenes en las estaciones, en aquel barrio
siempre en guerra, de un país que vivía todos los días un antiguo y
permanente golpe de estado.

Aunque ella, la mano que abriga mis articulaciones inflamadas por la
humedad de aquel barrio improvisadamente ubicado en la montaña,
mencionó únicamente a Luisa, Ernestito y sus pantalones caídos y Brian
y su colección de cacharros descompuestos, de alguna manera jamás
dejaba de mencionarlos a todos y todas. Ella es mi memoria, la
imposibilidad del descuido. Tendríamos que levantarnos, mi
mano-memoria y yo a cumplir con el ritual de ver a los inmóviles
héroes de la estación, que no podían dar cuenta de lo que allí pasaba,
preguntar de nuevo a esos mapas de bronce y mármol lo que la carne y
el hueso uniformado, no se le antojaba responder.

“Yo no soy un héroe” le dije al policía con mi rabia recién desmayada.
“Yo simplemente, esta mañana no quería levantarme más”. Le había
pedido a Dios en un acto paranoico de fe, que agotara mi vida
rápidamente aquella misma noche, para no tener que ver a la mañana
siguiente, los impávidos rostros forjados en bronce, fundidos,
cuarteados que no sabían en qué pantano, al pie de cuál potrero, en
qué zanja estaban Luisa, Ernestito, Brian, (Juan José, Ricaurte, Los
Gemelos, Richard, María Helena, Santiago, Pitufo, el negro, Silvana,
Antonio, Luis Antonio, Robinson, J, Fermín, Sandra Milena, Oscar mi
pequeño y fiel amigo, Oscar Agudelo y Oscar Fernández y las niñas de
Concepción, ¡ah! Y Manuel, ese magnífico joven de cabello negro y ojos
gigantes que miraba el futuro con enmarañado acento) pero que sí les
habían visto entrar vivas y vivos a aquel edificio, como vigilantes
sin lágrimas.

La gente me pide acudir a la estación, porque piensa que soy una
especie de héroe inagotable, protegido por un Dios al que lanzo las
angustias con más fe que razón. Vieron una cruz en mi pecho y pensaron
que mi pecho era inagotable y bondadoso siempre. Pero cuanta
mezquindad me abriga esta mañana en que hubiera preferido morir
retirando el doloroso cáliz de continuar vivo. La gente cree que esta
cruz tan frágil como la cadenita de la que pende me blinda del puñal,
del golpe o de las preguntas sediciosas de los interrogatorios, de la
vista de los inamovibles espantos in-memorian de la estación. Vieron
la cruz y pensaron en una forja de bronce y mármol con una placa de
pequeño y autóctono prócer barrial. ¡Qué cruel es la gente, qué cruel
es la gente!

Ella ha notado mi fastidio y no ha dicho nada, con un gesto sencillo
ha pasado su mano-memoria por mi amargada y rezongona frente y ha
leído en sus pliegues mis pensamientos. Su vigor me sigue amando
aunque mi cuerpo no responda más que a esta mecánica de buscar
muchachos y muchachas en lugares imposibles. A quién se habrán llevado
anoche… no fue a nosostros, a mi mano-memoria, ni a ella ni a mí, ahí
estamos los dos aún ilesos, al menos aparentemente ilesos. Hace años
que no me ofrece un café, pues sabe que lo necesito para seguir vivo,
para obligar a mis ojos a ver, para darle sentido a la luz de la
mañana, así que sin preguntarme, se levanta y pone a calentar el agua
y luego procede a tinturarla con el color de su armónica rebeldía, con
la generosidad de sus arrugas irreverentes.

Ahora que abro por fin los ojos, veo claramente el día en que ella
llegó. En una escena aún áspera que el tiempo no ha logrado pulir, se
hallaba entre la gente corriendo con un montaña de papeles, pinturas,
gritando esperanza por doquier. Un día de caos capaz de inducir mi
juvenil fe al suicidio, la gente se dividía rápidamente en facciones,
afanes y acusaciones. La gente buscaba culpables y los encontraban
entre ellos y ellas mismas. Pero ella, mi mano con pinturas y papeles,
no hacía caso a los dedos acusatorios, ni a la conspiración de los
desanimados y desanimadas, ni a la invitación encubierta de la
retirada. Parecía correr por encima de todo ello, muy atenta, pero sin
detenerse, improvisando una insurrección de la nada. No existía lo que
pudiese escaparse de sus pequeñas y poderosas manos de india, siempre
presentes, siempre batallantes.

Yo no veía Dios alguno que pudiera salvarnos, pero la gente se fijaba
en mi pequeña cruz y pensaba que ese ser aún no encarnado moviéndose
al ritmo de mi corazón asustado, podría responderle la avalancha de
preguntas generadas en medio de tal desastre. Yo no era un héroe,
aunque apostaba a que conseguiría serlo. Era un joven atortolado, a
punto de llorar, desilusionado porque creía que unos cuantos meses de
trabajo debieron bastar para prevenir aquello.

Justo cuando sentí tener el poder de desaparecer, descubrí que ella me
miraba compasiva, me pedía paciencia con sus ojos rasgados y ágiles.
No pude desaparecer, ella me miraba, ella vigilaba mi huída. Se acercó
a cumplir su misión de sacarme del espanto y se hizo las manos mías,
aquellas distintas a las que yo había condenado a los bolsillos. Ella
me salvó, me trajo el amor el día más desamado de mi historia. Ella me
trajo a Dios cuando este se extraviaba entre mi desaliento y mi
temblor, cuando El se desalentaba y temblaba también. Lo que ella hizo
ese día, siguió aconteciendo, vez tras vez durante los últimos
cuarenta años de mi vida, como el milagro que se fabrica en la tierra,
con manos de hombres y mujeres de verdad.

Luego, tan poco cautelosa como han sucedido estos años, viene ella
lacia, con sus manos-memoria, provista de una taza de café oscuro y
llano como sus ojos, aromático como el cabello negro que se conserva
desde su juventud y entonces entiendo que no ha sido el café el que me
permite abrir los ojos. Ha sido ella quien me ha susurrado cada noche,
este, mi vital deber de volver a verla, esta necesidad de despertarme
a su lado, este alivio de encontrar su cuerpo protegiéndome de las
noticias, colocándose entre todo aquello que quebranta mis certezas y
las certeza misma que asecha.

Le escribí con mis ojos cansados, sorprendidos de reparar en la
inconmensurable historia grabada en su cuerpo, la nuestra: “Creyendo
que el amor es un derecho de héroes, me di a la tarea de dejarte sola,
con toda tu inmensidad de humana y aún así, tuve la osadía de
convencerme que sobreviviría. Recuerdo con dolor cuanto tiempo dejé de
saberte. Sí que era un héroe imbécil salvando al mundo, invencible y
sin tu mano, aquella rugosa y tibia, grande, imprescindible. Pensado
que se trataba de mí, creí ser libre para levantarme tantas mañanas al
lado de manos extrañas, hipnotizadas por este desalojo de bronce y
mármol que edifiqué para encantar las almas más inocentes. Pero ahora
que abro los ojos, con tan poca fuerza, con tantas dudas, desgano,
fastidio, sólo tú me salvas, mano-memoria, de caer en la tentación de
perder el mundo. Toda la vida has sido tú y maldigo que nadie,
incluyéndome, lo haya visto”.

Ayer ví a los héroes, próceres inmóviles, instantáneas de un pasado
que no ocurrió, un pasado falseado por los escritores mercenarios del
sistema y decidí no volver a abrir los ojos dolorosos de mi carne,
creí torpemente que lo mejor sería hacer de anoche, mi última noche.

Pero me alertó tu corporeidad asesinando mi cobardía, me sacudió tu
existencia como un golpe en la entraña de mi conciencia. Me dí cuenta
de que toda la vida has sido tú y maldigo que nadie, incluyéndome, lo
haya visto. Hoy decidí ver lo que estaba oculto por una desesperación,
por una fatiga sobrehumana, hoy decidí verte, Sildana, mi preciosa
epifanía de cada mañana. Levántate cuerpo casi inerte, abre esos ojos
de párpados avejentados, vamos a la estación a seguir averiguando por
ellos y ellas en este improviso barrio de la montaña, que mientras
Sildana siga viviendo, compañera, mano-memoria, destructora de héroes,
carne, sangre que habla y recuerda, habrán todas las mañanas del mundo
más allá de que yo pueda presenciarlas. El Cristo que cargo en mi
pecho, eres tu.






Marcela Vega

Colombia

http://servicioskoinonia.org/cuentoscortos/articulo.php?num=057

lunes, 24 de junio de 2013

Cuento corto de García Márquez

Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba
resuelto a encontrar los medios para aminorarlos.
Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas

Cierto día, su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudarlo a
trabajar.

El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a
jugar a otro lado.

Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiese darle para distraer su atención

De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el
mundo, justo lo que precisaba.

Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta se lo entregó a su hijo diciendo: "como te
gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie".
>
Entonces calculó que al pequeño le llevaría 10 días componer el mapa, pero no fue así.

Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente.

"Papá, papá, ya hice todo, conseguí terminarlo".*
>
Al principio el padre no creyó en el niño!
>*
Pensó que sería imposible que, a su edad hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes.
Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño.

Para su sorpresa, el mapa estaba completo.

Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares.
>*
¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?

De esta manera, el padre preguntó con asombro a su hijo:

Hijito, tú no sabías cómo era el mundo, ¿cómo lo lograste?

Papá, respondió el niño; yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo,
vi que del otro lado estaba la figura de un hombre.

Así que di vuelta a los recortes y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era.

*"Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y vi que había
arreglado al mundo".

*GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

sábado, 15 de junio de 2013

Como amigos

-Te quiero, pero como amigos.
-¿Comes amigos?
-!no! Tu y yo.
-¿Tu y yo comemos amigos?
-!noo! seamos amigos
-¿y nos comemos...?
-ja ja ja...

Circula en Internet 

sábado, 23 de febrero de 2013

El zorro. G.Jalil Gibrán

El Zorro
Salió, un día, un zorro de su covacha a la salida del sol. Miró a su sombra y dijo: “Hoy almorzaré un camello.” Y se fue en busca de un camello hasta el mediodía, sin dar con su presa. Miró en aquel momento a su sombra y dijo para sí, asombrado: “Bueno, me bastará una rata.”
G.Jalil Gibrán

jueves, 21 de febrero de 2013

Ya ha llegado Matilda. Por Willmouse. Microrrelato de terror.

Ya ha llegado Matilda, por Willmouse
¡Ah, el timbre! ¡Ya ha llegado! ¡Es ella! ¡Matilda! ¡Qué guapa estás! Yo diría que ese vestido rojo te sienta maravillosamente. ¿Te has hecho algo en el pelo? Sí, estás guapísima, como siempre. Me gusta ese perfume nuevo. ¿No traes maleta? Bueno, no importa. Siéntate, siéntate… ¿Quieres un té? Ah, claro, con leche. Y dos terrones de azúcar, ya lo sé… Es maravilloso tenerte de nuevo en casa, Matilda. No sé qué haría sin ti. Esta semana que has estado fuera me he sentido perdido y triste, y apenas he comido nada. Créeme: cuando te llamo “mi vida”, no exagero ni una pizca. ¿Quieres darte un baño? Ah, buena idea. Ahora te llevo toallas limpias. Hay sales perfumadas en la estantería, Matilda. ¿Las ves? Aquí te dejo las toallas… No te quedes dormida en la bañera, que te conozco. Mientras, voy a preparar algo de cena… Oh, vaya, el teléfono. ¿Sí? Dígame. [...] Oh, debe de haberse equivocado, señor. Debe de tratarse de una lamentable confusión. Con toda seguridad no se trata de mi esposa, señor, porque en estos momentos está aquí en casa, dándose un baño… Es un error, señor. Buenas noches. Matilda, acaban de llamar del tanatorio… ¡Qué confusión tan desagradable…! Decían que estabas… ¿Puedo entrar, Matilda? Matilda. Matilda. ¿Estás ahí, Matilda…?

miércoles, 20 de febrero de 2013

HABLABA Y HABLABA - MAX AUB, microrrelato

Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

 MAX AUB

martes, 19 de febrero de 2013

Abominable. Fredric Brown, un cuento de ciencia ficcion



Abominable
Sir Chauncey Atherton se despidió de los guías sherpas, que iban a acampar allí y dejarle continuar solo. Estaban en tierras del Abominable Hombre de las Nieves, varios centenares de kilómetros al norte del monte Everest, en el Himalaya. Los Abominables Hombres de las Nieves se habían dejado ver ocasionalmente en el Everest y en otras montañas tibetanas o nepalesas; pero el monte Oblimov, al pie del cual dejaba ahora a sus guías nativos, estaba tan lleno de ellos que ni siquiera los sherpas se atrevían a escalarlo; aunque le aseguraron que esperarían allí su regreso, en el caso de que regresara. Había que ser muy valiente para aventurarse más allá de aquel punto, Sir Chauncey era muy valiente.
Además, era un verdadero perito en cuestión de mujeres, razón por la que se encontraba allí y a punto de intentar, en solitario, no sólo una peligrosa ascensión sino también un rescate aún más peligroso. Si Lola Grabaldi aún vivía, se hallaba en poder de un Abominable Hombre de las Nieves.
Sir Chauncey nunca había visto a Lola Grabaldi en persona. En realidad, hacía menos de un mes que se había enterado de su existencia, al ver la única película cinematográfica que ella había protagonizado, y gracias a la cual se convirtió súbitamente en un personaje legendario, en la mujer más hermosa de la Tierra, en la estrella cinematográfica más encantadora que Italia había engendrado jamás; y sir Chauncey no lograba comprender que siquiera Italia lo hubiera hecho. En una sola película remplazó a la Bardot, la Lollobrigida y la Ekberg como la imagen de la perfección femenina en la mente de todos los peritos del mundo, y sir Chauncey era el mejor perito del mundo. En cuanto la vio en la pantalla, comprendió que debía verla en persona, o morir en el intento.
Pero, entonces, Lola Gabraldi ya había desaparecido. A fin de tomarse unas vacaciones después de su primera película, hizo un viaje a la India y se unió a un grupo de escaladores que pensaban conquistar el monte Oblimov. El resto del grupo había regresado, pero Lola no. Uno de ellos testificó haberla visto, a demasiada distancia para alcanzarla a tiempo, secuestrada, arrastrada a la fuerza por una
peluda criatura, más o menos humana, de casi tres metros de estatura. Un Abominable Hombre de las Nieves. El grupo la había buscado varios días antes de darse por vencidos y regresar a la civilización. Todo el mundo coincidía en afirmar que, ahora, ya no había ninguna posibilidad de encontrarla con vida.
Todo el mundo menos sir Chauncey, que inmediatamente había volado de Inglaterra a la India.
Nada pudo detenerle, y ahora ascendía hacia la región de las nieves eternas. Y, además del equipo de alpinismo, llevaba el pesado rifle con el que, sólo un año antes, había cazado tigres en Bengala. Si el arma podía matar tigres, razonaba, también podía matar Hombres de las Nieves.
La nieve se arremolinaba en torno suyo mientras avanzaba hacia la línea de nubes. De repente, a unos doce metros de él, que era hasta donde su vista alcanzaba, divisó una monstruosa figura que no era totalmente humana. Alzó el rifle y disparó. La figura cayó, y siguió cayendo; se hallaba al borde de un precipicio de varios miles de metros de altura.
Y, en el mismo momento del disparo, unos brazos se cerraron en torno a sir Chauncey. Unos brazos gruesos y peludos. Y después, mientras una mano le inmovilizaba fácilmente, la otra le arrebató el rifle y lo dobló en forma de L con la misma facilidad que si se tratara de un palillo, tirándolo después.
Se oyó una voz procedente de un punto situado a unos sesenta centímetros por encima de su cabeza.
- Estate quieto y no te pasará nada.
Sir Chauncey era un hombre valiente, pero una especie de gemido fue todo lo que pudo articular, pese a la aparente garantía de las palabras. La criatura situada a su espalada le mantenía tan fuertemente apretado contra sí, que no pudo alzar ni volver la mirada para ver que cara tenía.
- Te lo explicaré - dijo la voz a sus espaldas -. Nosotros, a los que llamáis Abominables Hombres de las Nieves, somos humanos, pero transmutados. Hace
muchos siglos formábamos una tribu, igual que los sherpas. Por casualidad descubrimos una droga que nos permitió cambiar físicamente y adaptarnos, gracias a un aumento de estatura, pilosidad y otros cambios fisiológicos, a un frío y una altitud extremos, así como trasladarnos a las montañas, a regiones donde otros no pueden sobrevivir, excepto los pocos días que dura una expedición de alpinismo. ¿Lo entiendes?
- S-s-sí - consiguió articular sir Chauncey. Comenzaba a entrever un rayo de esperanza. ¿Acaso la criatura iba a explicarle estas cosas, si pensara matarle?
- En este caso, continuaré. Nuestro número es reducido, y cada día lo es más. Por esta razón ocasionalmente capturamos, tal como te hemos capturado a ti, a un alpinista. Le damos la droga transmutadora, sufre los cambios fisiológicos y se convierte en uno de nosotros. De este modo mantenemos nuestro número relativamente constante.
- P-pero - balbució sir Chauncey - ¿acaso es eso lo que le ha sucedido a la mujer que estoy buscando, Lola Grabaldi? ¿Acaso es ahora... peluda, de casi tres metros de estatura, y...?
- Lo era. Acabas de matarla. Un miembro de nuestra tribu la había tomado como compañera. No nos vengaremos de ti por haberla matado; pero ahora debes ocupar su lugar.
- ¿Ocupar su lugar? Pero... yo soy un hombre.
- Me alegro de que lo seas - dijo la voz a sus espaldas. Se vio obligado a girar bruscamente, y se encontró frente a un enorme cuerpo peludo, con la cara al mismo nivel de dos montañosos senos peludos -. Me alegro de que lo seas... porque yo soy una Abominable Mujer de la Nieves.
Sir Chauncey se desmayó, siendo inmediatamente recogido y alzado en brazos, con la misma facilidad que si de un osito de juguete se tratara, por su nueva compañera.

FIN

 Fredric Brown

domingo, 17 de febrero de 2013

El rito de la vida. Juan Patricio Lobera. Sexto continente.

El rito de la vida

Todo comenzó con una caricia. Muchas veces ese es el final. Sin embargo, a partir del momento en que Rogelio sintió el contacto templado de Estela circular por su cara; desde ese mismo momento, supo que su vida cambiaría para siempre. Se había acabado la rutina perpetua. Quizá la nueva vida no duraría más de unos segundos, pero en su interior supo que ese tiempo junto a ella justificaría toda su existencia. Había sido elegido entre una larga lista de pretendientes para consumar el sacro acto de la vida. No fue fácil. Tuve que luchar contra varios machos, pero desde que sentí cómo la mirada de Estela se clavaba en mis ojos, supe que ella no quería a otro como compañero. Ella era la reina de la fiesta y los demás teníamos el deber de obedecerla y batirnos por ella. La verdad es que tuve suerte en el reparto de los contendientes y aquellos que se sintieron con derechos naturales, por ser más fuertes a simple vista y gallardos, recibieron un desaliento tal por parte de ella que aun se escuecen de la herida. Ahora ha llegado el momento de la verdad. La rodeo sin perderla de vista tal y como mi instinto me dice. Al menor descuido salto sobre su espalda para unir nuestras extremidades y finalmente fusiono nuestros genitales. Todos creen que esta última tarea es fácil, pero pocos saben que la procreación no será si no logro aguantar un par de horas en esta posición, mientras que Estela se siente ultrajada  e intenta a cualquier precio despegarme de su ser. Es cómo bailar a ciegas en una hoja. A pesar de la oposición cómplice de mi amiga consigo mantenerme hasta que siento gozoso cómo se derraman en su interior los espermatóforos. Ahora que he asegurado la siguiente generación de mantis religiosas, puedo morir tránquilo. Si Estela me come no le guardaré ningún rencor.
Juan Patricio Lombera

viernes, 15 de febrero de 2013

Un cuento romántico de Gabo para El día de San Valentín

Ladrón de sábado
Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en una casa un sábado por la noche. Ana, la dueña, una treintañera guapa e insomne empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada con la pistola, la mujer le entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a Pauli, su niña de tres años. Sin embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos trucos de magia. Hugo piensa: «¿Por qué irse tan pronto, si se está tan bien aquí?» Podría quedarse todo el fin de semana y gozar plenamente la situación, pues el marido -lo sabe porque los ha espiado-no regresa de su viaje de negocios hasta el domingo en la noche. El ladrón no lo piensa mucho: se pone los pantalones del señor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que saque el vino de la cava y que ponga algo de música para cenar, porque sin música no puede vivir. A Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le ocurre algo para sacar al tipo de su casa. Pero no puede hacer gran cosa porque Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muy alejada, es de noche y nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa de Hugo. Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco, descubre que Ana es la conductora de su programa favorito de radio, el programa de música popular que oye todas las noches, sin falta. Hugo es su gran admirador y. mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo fue en un casete, hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se comporta tranquilamente y no tiene intenciones de lastimarla ni violentarla, pero ya es tarde porque el somnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe toda muy contento. Sin embargo, ha habido una equivocación, y quien ha tomado la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida en un dos por tres. A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y muy bien tapada con una cobija, en su recámara. En el jardín, Hugo y Pauli juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana se sorprende de lo bien que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin de cuentas, es bastante atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad. En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo se pone nervioso pero Ana inventa que la niña está enferma y la despide de inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa a disfrutar del domingo. Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior, mientras silba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a ella le encanta pero que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailan hasta ya entrada la tarde. Pauli los observa, aplaude y, finalmente se queda dormida. Rendidos, terminan tirados en un sillón de la sala. Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora de que el marido regrese. Aunque Ana se resiste, Hugo le devuelve casi todo lo que había robado, le da algunos consejos para que no se metan en su casa los ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza. Ana lo mira alejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa le dice, mirándole muy fijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va a volver a salir de viaje. El ladrón de sábado se va feliz, bailando por las calles del barrio, mientras anochece.. GABRIEL GARCÍA MARQUÉZ

lunes, 11 de febrero de 2013

Drama del desencantado

Drama del desencantado  ...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida. (Gabriel García Márquez).

El hombre invisible. Microrrelato

El hombre invisible Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

(Gabriel Jiménez Emán).
El hombre invisible

jueves, 7 de febrero de 2013

DER TRAUM EIN LEBEN

DER TRAUM EIN LEBEN
El diálogo ocurrió en Adrogué. Mi sobrino
Miguel, que tendría cinco o seis años, estaba
sentado en el suelo, jugando con la gata.
Como todas las mañanas, le pregunté:
—¿Qué soñaste anoche?
Me contestó:
—Soñé que me había perdido en un bosque y
que al fin encontré una casita de madera. Se
abrió la puerta y saliste vos. —Con súbita
curiosidad me preguntó: —Decime, ¿qué
estabas haciendo en esa casita?

Francisco Acevedo, Memorias de un
bibliotecario (Burzaco, 1955)

Decálogo del perfecto cuentista Horacio Quiroga


Decálogo del perfecto cuentista
Horacio Quiroga
I
Cree en un maestro -Poe, Maupassant,
Kipling, Chejov- como en Dios mismo.
II
Cree que su arte es una cima inaccesible.
No sueñes en domarla. Cuando puedas
hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú
mismo.
III
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero
imita si el influjo es demasiado fuerte.
Más que ninguna otra cosa, el desarrollo
de la personalidad es una larga paciencia
IV
Ten fe ciega no en tu capacidad para el
triunfo, sino en el ardor con que lo
deseas. Ama a tu arte como a tu novia,
dándole todo tu corazón.
V
No empieces a escribir sin saber desde la
primera palabra adónde vas. En un
cuento bien logrado, las tres primeras
líneas tienen casi la importancia de las
tres últimas.
VI
Si quieres expresar con exactitud esta
circunstancia: "Desde el río soplaba el
viento frío", no hay en lengua humana
más palabras que las apuntadas para
expresarla. Una vez dueño de tus
palabras, no te preocupes de observar si
son entre sí consonantes o asonantes.
VII
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán
cuantas colas de color adhieras a un
sustantivo débil. Si hallas el que es
preciso, él solo tendrá un color
incomparable. Pero hay que hallarlo.
VIII
Toma a tus personajes de la mano y
llévalos firmemente hasta el final, sin ver
otra cosa que el camino que les trazaste.
No te distraigas viendo tú lo que ellos no
pueden o no les importa ver. No abuses
del lector. Un cuento es una novela
depurada de ripios. Ten esto por una
verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX
No escribas bajo el imperio de la emoción.
Déjala morir, y evócala luego. Si eres
capaz entonces de revivirla tal cual fue,
has llegado en arte a la mitad del camino
X
No pienses en tus amigos al escribir, ni en
la impresión que hará tu historia. Cuenta
como si tu relato no tuviera interés más
que para el pequeño ambiente de tus
personajes, de los que pudiste haber sido
uno. No de otro modo se obtiene la vida
del cuento.
FIN

sábado, 26 de enero de 2013

Fracaso. Choan Gálvez. Microrrelato.

Fracaso
    Choan Gálvez
Decidido a acabar con mi vida, me arrojo al paso del tranvía. Un joven se tumba junto a mí, sin pedir permiso, mientras el convoy llega y no llega. Al poco, una pareja se acomoda a nuestro lado.
Cuatro personas tendidas son suficientes para alertar al tranviario, que comienza a frenar la marcha del vehículo. Cuando el tranvía se detiene a un palmo de mi brazo izquierdo, los individuos tumbados en el suelo se pueden contar –hay quien lo hace– por docenas.
El mundo del arte me loa y me concede el no deseado título de Rey de la intervención urbana y considera la Tumbada sobre las vías como mi primer gran éxito.
Yo, que la considero un fracaso, me decanto por el salto al vacío.

Lentejas, choan Gálvez

Lentejas

    Choan Gálvez

Comencé a preparar las lentejas según la receta que siempre uso, a saber: sofrito de ajo, cebolla, tomate, zanahoria, chorizos, morcilla, arroz. Lo último que agrego a la mezcla son las lentejas (he de confesar –madre, perdóname– que las uso de bote).

Todo bien, en marcha, aunque a mí las lentejas en julio... pero Óscar quería lentejas y yo soy fácil de convencer.

Pues bien, aquel día, las legumbres tomaron el poder: nada más echarlas a la olla, comenzaron a extender patitas a razón de cuatro patitas por lenteja. Abrieron furiosas bocas y la tomaron con el chorizo.

Algunas de ellas, exhibían, cielo santo, virgen del amor hermoso, san blas protégenos, diminutas armas primitivas. (Luego supe que esos palitos que agitaban eran peligrosísimos.)

Mientras Óscar trataba de salvar algún bocado de chorizo del ataque lentejil, yo trazaba un plan.

Telefoneé a mi sobrino. En pocas palabras, le dije:

–Sobrino, ven.

Acudió a mi llamada.

Las lentejas, al ver un muchacho tan alto y guapo, saltaron de la olla y comenzaron a apilarse frente a él. Diríase –poco después lo comprobamos, de hecho– que la lenteja reina pretendiera hablar con mi sobrino cara a cara.

Habló:

–Trss kkl rrn knn.

Mi sobrino, que había pasado el verano en Irlanda, respondió, firme, sereno, valiente:

–Knn rss kln r.

Las lentejas palidecieron. Óscar intervino:

–La lunaaaaaaaa.

La montaña de lentejas se vino abajo, y cada una de ellas buscó refugio en una esquina. Como no había esquinas suficientes para todas, se dispersaron por toda la casa. Enseguida comprobamos que eran inofensivas y en pocos días nos acostumbramos a tenerlas por ahí, bailando, cantando y jugando con los gatos (insistían en enseñar a hablar a los felinos).

La casa es ahora purita felicidad. Está más limpia que nunca (las lentejas son muy escoscadas), y hace ya tres veranos que no nos pica una pulga.

Instrucciones para llorar

Instrucciones para llorar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Julio Cortázar

EL ENIGMA Voltaire

EL ENIGMA

    El gran mago planteó esta cuestión:
    -¿Cuál es, de todas las cosas del mundo, la más larga y la más corta, la más rápida y la más lenta, la más divisible y la más extensa, la más abandonada y la más añorada, sin la cual nada se puede hacer, devora todo lo que es pequeño y vivifica todo lo que es grande?
    Le tocaba hablar a Itobad. Contestó que un hombre como él no entendía nada de enigmas y que era suficiente con haber vencido a golpe de lanza. Unos dijeron que la solución del enigma era la fortuna, otros la tierra, otros la luz. Zadig consideró que era el tiempo.
    -Nada es más largo, agregó, ya que es la medida de la eternidad; nada es más breve ya que nunca alcanza para dar fin a nuestros proyectos; nada es más lento para el que espera; nada es más rápido para el que goza. Se extiende hasta lo infinito, y hasta lo infinito se subdivide; todos los hombres le descuidan y lamentan su pérdida; nada se hace sin él; hace olvidar todo lo que es indigno de la posteridad, e inmortaliza las grandes cosas.

    Voltaire

Te quiero a las diez de la mañana

“TE QUIERO A LAS DIEZ DE LA MAÑANA…”

Jaime Sabines (México, 1926-1999)

Te quiero a las diez de la mañana, y a las once, y a las doce del día. Te quiero con toda mi alma y con todo mi cuerpo, a veces, en las tardes de lluvia. Pero a las dos de la tarde, o a las tres, cuando me pongo a pensar en nosotros dos, y tú piensas en la comida o en el trabajo diario, o en las diversiones que no tienes, me pongo a odiarte sordamente, con la mitad del odio que guardo para mí.
Luego vuelvo a quererte, cuando nos acostamos y siento que estás hecha para mí, que de algún modo me lo dicen tu rodilla y tu vientre, que mis manos me convencen de ello, y que no hay otro lugar en donde yo me venga, a donde yo vaya, mejor que tu cuerpo. Tú vienes toda entera a mi encuentro, y los dos desaparecemos un instante, nos metemos en la boca de Dios, hasta que yo te digo que tengo hambre o sueño.
Todos los días te quiero y te odio irremediablemente. Y hay días también, hay horas, en que no te conozco, en que me eres ajena como la mujer de otro. Me preocupan los hombres, me preocupo yo, me distraen mis penas. Es probable que no piense en ti durante mucho tiempo. Ya ves. ¿Quién podría quererte menos que yo, amor mío?

EL OTRO YO

EL OTRO YO
Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009) 
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas . Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable”.
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

EL SUICIDA Enrique Anderson Imbert (Argentina, 1910-2000)

EL SUICIDA
Enrique Anderson Imbert (Argentina, 1910-2000)
Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.
Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.
Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.
Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.
Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.

El desierto

El desierto
Yolanda CHÁVEZ

Debía faltar poco para amanecer, hacia mucho frío en aquel desierto que por vergüenza, no aparecía con su nombre en ningún mapa; Elena, tirada boca arriba en la arena helada, miraba hacia el infinito, tratando (casi sin lograrlo), de mover sus dedos entumidos para apartar el cabello que cubría sus ojos…quería poder ver las estrellas que se desvanecían, el cielo completo, quería ver a Dios completo.

“¿Donde estás?”

Pensaba…

No podía hablar, tenia la garganta hinchada por haber llorado sin gritos.

“¿Me vas a dejar morir aquí? … Quiero ver a mis hijos otra vez…

Esto es un castigo?”...

El grupo de personas con el que salió de la frontera, se había desbaratado con la persecución de la patrulla. Vio correr a hombres uniformados de rostros similares a los perseguidos, golpeando e insultando a los que lograban alcanzar, ella y otro, habían caído en un agujero tratando de ponerse a salvo.

Ahí estaba, inmóvil, casi sin respirar para no ser vista. Ya habían pasado muchas horas y no escuchaba ni un solo ruido, trató de incorporarse, y al apoyar su mano sobre la arena tocó otra mano fría, inmóvil, tiesa…era la del muchacho de catorce años que había viajado desde el Ecuador para ver a su mamá, el quería llegar hasta Canadá.

Lo reconoció cuando los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar aquel desierto que siempre estaba triste…

Elena se arrodilló, y comenzó a hacer una oración por la mamá del muchacho, le arrancó el rosario del cuello, se lo metió en la boca muerta y le cerró los ojos.

“En los primeros catorce años de vida, la palabra que mas se pronuncia es: “Mamá” debe ser horrible no estar ahí para escucharla”.

Era parte de aquella oración a Dios que se fue tornando en quejas al cielo abierto....

“¿Cómo se sobrevive con el alma dividida por fronteras?”

Susurraba Elena entre sollozos enojados, cortitos, que le cortaban el pecho como pequeños cuchillos.

“¿Como se sobrevive sin poder mirar todos los días a tus hijos? … ¿Por qué no se puede vivir cuando tus hijos lloran de hambre? ¿Cómo se vive en un país donde nunca se puede encontrar empleo? ¿Cómo demonios se sobrevive en países donde el secuestro, la corrupción, los asesinatos, las violaciones a los derechos humanos son el pan nuestro de cada día?” ¡Contéstame! ...

El desierto conmovido, levantó un poco de polvo para acariciar la cara de Elena, quería consolarla; Cuantas veces había escuchado esas oraciones- reclamos. Cuantos cuerpos de madres, hijos, padres, hermanos…cuantos cristos guardaba en su vientre de arena, ahí se habían deshecho, ahí conoció los anhelos de pretender comer todos los días, ahí enterradas estaban las almas con conciencia que querían no solo sobrevivir ¡ellas querían vivir!, ahí estaban sepultados muchos últimos pensamientos, de vez en cuando, el desierto los dejaba asomarse convertidos en diminutas florecillas blancas debajo de los arbustos enanos.

“Por lo menos dame un poco de agua”

Gritaba Elena a Dios mientras escarbaba en la arena con sus manos para hacerle sepultura a los anhelos sin cuerpo. El desierto se apresuró a dejar que brotara un charquito de agua helada, fue lo bastante para beber y lavarse la cara, para retirar la arena de la nariz y de entre sus dientes, suficiente para ponerse de pie y buscar un punto que le indicara una dirección a seguir.

Un destello llamó su atención a una distancia que calculó, podía llegar antes de que el sol quemara más, dio una ultima mirada al dolor de una mamá con hijo muerto, y comenzó a caminar…acompañada sin notarlo, por el desierto.

“¿Y aquellos cuentos de que abriste el mar rojo, de que libraste de la esclavitud a un pueblo, de que los alimentaste en el desierto?”

Elena pensaba que Dios era más bueno antes que ahora,

“A Abraham le diste descendencia tanta como las estrellas del cielo, a mi por lo menos déjame ver a mis hijos otra vez… ya se que dicen que no soy una santa, pero sigo creyendo en ti, lo sabes, ¿verdad?”

De pronto, el desierto la sacó de su particular oración hundiendo uno de sus pies, al tratar de no perder el equilibrio, miró hacia el norte: un trailer de compañía cervecera se acercaba a gran velocidad, Elena impulsivamente sacó la fuerza que da el coraje y la impotencia, apretó el estómago, y comenzó una loca carrera agitando las manos levantadas al cielo para que el chofer pudiera mirarla, el hombre del trailer la divisó al pie de la autopista y comenzó a disminuir la velocidad, hasta parar frente a ella.

Una nube de polvo envolvió a la maltrecha Elena, el desierto quiso despedirse, la abrazó en medio de un viento arenoso donde flotaban las almas y los anhelos que se habían quedado a vivir con él.

“¡Gracias, es usted un ángel !”

Pudo decir Elena.

“Y usted es un milagro, pocos sobreviven en este desierto”

Le contestó el ángel blanco, en inglés.

Yolanda CHÁVEZ

Los Ángeles, California