martes, 10 de abril de 2012

Mi bastón - Amado Nervo

Mi bastón
O
con respecto a su pasado.
Las cosas sin alma están más cerca de la naturaleza que nosotros, los
perpetuamente aturdidos con la barbulla mundanal, y tienen la ruda sinceridad
de los seres primitivos no encadenados a la infame forma social;
antifaz hipócrita de todos los propósitos nefandos, de todos los intentos
torcidos.
Fue rama de una encina milenaria que el rayo jamás pudo abatir.
Refirióle ella muchas veces, en medio del selvático silencio, las épicas
lides de aquellos hombres de bronce que esgrimían la pesada hacha de
sílex con pasmoso desenfado; de aquellos otros que combatían con espadas
cortas, embrazando escudos de cuero de buey, y de los que, forrados
en bien templada armadura, no se daban tregua en el bandidaje o el combate
por la conquista de minúsculo terruño y de macizo castillo empotrado
en el salvaje repliegue de una montaña.
Presenció la maravillosa hazaña de aquel paladín, denominado Machuca
porque, rota ya su lanza en la batalla, desgajó una poderosa rama
de una encina que crecía frente a aquélla, y con tan tosca arma machucó
enemigos a granel.
Pero el recuerdo más vivo que conservaba el recio árbol de que vengo
hablando, fue el de cierra druidesa enamorada de un guerrero, batallador
corno pocos.
Los amantes, en víspera de que el varón partiese a lidiar con huestes
romanas, despidiéronse, con transportes de ternura, bajo su sombra, prometiéndose
mutua fe.
La druidesa, con los dorados cabellos al viento, divinamente trágica
como Velleda, vagó muchos días por el bosque sagrado, sin reposo ni
consuelo, y al saber que su guerrero había perecido en la lucha, sin percatarse
ya de los afectos que en el mundo le quedaban, diose la muerte
bajo la propia ramazón de aquella encina, cuyas raíces limitaron su fosa.
¿Que porción de la savia virgen de esa mujer enamorada guardará mi
bastón? No lo sabe él ni lo sé yo, mas presumo que porción magna es
porque lo siento palpitar entre mis manos.
¡Oh!, ¡si yo hubiese visto lo que esta débil rama que me sirve de apoyo
visto ha!
A ella la templó el rayo, a mí el infortunio; mas ella aún puede servir
de báculo a mis pósteros, y si la hincasen en la tierra húmeda se cubriría
currióseme, una de estas últimas noches, interrogar a mi bastón
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de brotes nuevos… ¡Yo, en tanto, ya no floreceré sino a condición de disolverme
entre los brazos de la madre Naturaleza!
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